Sólo cuando la autoconsciencia sea consciente de eso de lo que ahora no es consciente, se alcanzará ese despertar del que hablan todas las tradiciones, tanto del oriente como del occidente. Por ello, la autoconsciencia tiene primero que abandonar su pedestal y reconocer que no sabe.
Después tiene que querer saber y, por último, tiene que permitir que se le enseñe.
El maestro ahora debe ser discípulo y en lugar de querer controlar ha de tener humildad de dejarse enseñar.
La dificultad está en que la autoconsciencia es ignorante, está acomodada a ver las cosas como las ve y, finalmente, es prepotente.
No le gusta que le enseñe aquel hemisferio, el derecho, al que considera inferior.